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lunes, 29 de agosto de 2011

La piel que Habitamos


La piel que habitamos es sólo la funda que nos envuelve, la cubierta que protege de las agresiones externas y de las miradas ajenas nuestra parte más valiosa, nuestro secreto y auténtico yo. Para los demás, esa piel es la que nos define e identifica, pero en realidad no es más que una careta. Podemos mudar de piel cuantas veces las circunstancias de la vida nos lo impongan, pero siempre quedará intacta esa parcela que es sólo nuestra y que nadie nos puede arrebatar. Para conocerla, ponerse en la piel del otro no es suficiente. Mudarla tampoco.

El Cigarral, la hermosa y plácida finca donde se desarrolla La piel que habito, la decimoctava película de Pedro Almodóvar, es esa bella envoltura que esconde el día a día de una historia de venganza sin escrúpulos. Desde fuera podemos memorizar sus muros palmo a palmo, disfrutar de su apacible aspecto, mientras nos es ajena la realidad de un interior oculto, que sólo conocen sus habitantes.

La piel que habito es un duro e inquietante análisis de comportamientos humanos extremos, de desesperación y obsesiones, de una vida expuesta, controlada. De la búsqueda absurda de consuelo propio en el dolor ajeno, pero sobre todo de la supervivencia más tenaz, la resistencia más estoica y la lucha a toda costa por vivir. Con pocos, pero agradecidos, puntos de humor que nos dan brevísimos respiros durante dos opresivas horas, en esta ocasión no hay apenas espacio para una historia de amor que lleve el peso de la narración central. Todo se centra en la dureza de un proceso de venganza irreversible.

Antonio Banderas, el Doctor Robert Ledgard, se muestra parco y frío, pero convincente. Cegado por su obsesión, la venganza se convierte en el único motor de su existencia. Elena Anaya, intensa, pero no teatral, recuerda a la también cautiva Victoria Abril en Átame, con quien curiosamente comparte carcelero. Su personaje, Vera Cruz, soporta una penitencia que sobrepasa los límites de la resistencia humana, sobreviviendo a situaciones cada vez más surrealistas, por las que está dispuesta a atravesar con tal de encontrar un hueco para escapar de la piel que habita.

Almodóvar ha trabajado duro. Sigue fluctuando en la narración, con elementos innecesarios, y en algunos otros detalles formales, pero son evidentes el mimo y el esfuerzo. Con los ya habituales auto-homenajes, conscientes o no, que sus fans disfrutarán enormemente, muestra un siempre loable deseo de evolucionar. Ya han desaparecido casi por completo el histrionismo o la extravagancia porque sí. No abandona del todo las drogas, la violencia y el sexo, pero tratados de una forma más fría, no por ello menos perturbadora. Es el siguiente paso a Los abrazos rotos, con un montaje mucho más inteligente y eficaz. Es un Almodóvar distinto, pero reconocible. Ha conseguido crear su propio género, limando su estilo hasta llegar a La piel que habito, que inexplicablemente alcanza un resultado final tan almodovariano como Pepi, Luci, Bom... Pedro investiga, como su protagonista, para superar sus propios límites, y en esta ocasión logra el equilibrio de transmitir con una rica austeridad. Almodóvar se arriesga y esta vez sí acierta.


Carmen Hernández

Publicado en La Voz de Cádiz

domingo, 13 de diciembre de 2009

"Un pie bien pegado al suelo" Elena Garrigues photo


“DE MADRID AL SUELO”
Elena Garrigues
MS Galería
C/Hermanos Álvarez quintero 4 Madrid.



Garrigues comenzó con una cámara compacta en Nueva York cuándo estaba embarazada de mellizos, miraba al suelo para no caer o tropezar.
El suelo se convirtió entonces en un lienzo en blanco dónde ocurrían tantas cosas que agarró su cámara fotográfica y comenzó a plasmar todas aquellas texturas, materiales e impresiones que para el resto no existían.
Esta visión que pronto descubrió que era efímera, le llevó por varias ciudades (Hamburgo, Londres, Lisboa, entre otras) dónde retrató durante los últimos 6 años cómo era ese lugar dónde ocurrían tantas cosas como personas pasaban por encima.
Ya con una réflex, sin usar zoom ni photoshop regresa a Madrid. Al descubrirla ”abierta en canal” el pasado verano, Aguirre comenzó a desarrollar este mismo trabajo, titulándolo: “De Madrid al Suelo”

Acotó su campo de actuación entre la calle Alcalá y Ortega y Gasset, colmadas de obras y de un constante suelo cambiante. En las chapas metálicas, líneas de aparcamiento y el alquitrán encontró un lienzo perfecto en el que mostrarnos la vida que tenía ese suelo que al resto tanto molestaba, pero que a ella le servía para hacernos ver que nada es lo que parece.

La abstracción de una realidad oculta para el resto se transformo en el centro de su obra, y su carácter impresionista le otorgan un potente efecto final al ampliar esos trozos de realidad y llevarlos a la tela, metacrilato o al aluminio.
Ante una obra de Garrigues podemos descubrir el elemento real que ha sido fotografiado y descontextualizado o quedarnos con unas composiciones bellas, equilibradas y sobre todo intrigantes.

El suelo no simboliza nada, tan solo que puede llegar a ser bello a su manera, incluso cuándo encontramos en él basura, cartones o agua de cloacas.
Estos elementos los reinterpreto como espectadores silenciosos de todo lo que sucede en las calles de una gran ciudad, de cualquier ciudad.

Otra parte de su obra se desarrolla en torno al juego de palabras, de esta serie solo tenemos una pieza en MS que es una caja de luz donde podemos leer “Eros” el amor que entre todo este caos renace como un ave fénix. Renace del suelo, de las alcantarillas de bomb-eros para adentrarnos en un lenguaje inteligente que nos acerca al Duchamp del gran vidrio dónde a la parte superior denominaba MAR y a la inferior CEL: mar y cielo contrapuestos y que a su vez formaban las letras de su nombre. Aguirre hace algo similar, mirar hacia abajo en vez de hacia arriba, yendo en contraposición a toda nuestra cultura occidental, quizás mas cercana a culturas aborígenes sudamericanas dónde el suelo o la tierra, es mucho mas sagrado que lo visible o el cielo.

La obra de Garrigues está a caballo entre lo plástico y la fotografía, la abstracción y el impresionismo, un materialismo casi palpable pero que confunde elementos con intención, con una carga de simbología propia, llena de enigma y cercana al mismo tiempo. Cuándo descubres lo que estás mirando te metes dentro de su obra, lo reconoces como algo propio que llegas a entender y que complace, aunque a nivel personal me gusta mas mirar su obra sin ver, buscar en una de ellas un paisaje lunar, en otra un campo castigado por el fuego, en otra una reinterpretación de un “Burri” el misterio es potente pero el titulo, de otro lado es iluminador, lo que nos da la posibilidad de elegir con qué ojo mirar.

Ha realizado una serie de 30 piezas que permanecerán expuestas en la galería Ms hasta el 30 de Noviembre sin duda Garrigues no podía haber empezado su carrera como fotógrafa con mejor pie, un pie bien pegado al suelo.

http://www.msgaleria.com/

Isabel Rollán
Madrid
diciembre 2009.